Cuando la Reina, esposa de Luis XVI, salió de la prisión rumbo a la Plaza de la República, donde sería guillotinada, la última persona de quien se despidió fue su abogado, Romain de Séze, quien se había hecho cargo de un juicio resuelto condenatoriamente de antemano.
Estas fueron sus palabras:
“Abogado: le agradezco que haya asumido una causa que sabíamos perdida. Sabía usted que haberme defendido le acarrearía riesgos, peligros, molestias y amarguras. Sin embargo lo hizo con lealtad y con valentía. Pero, sobre todo, con desinterés pues usted era conocedor de que todos mis bienes fueron incautados y ya no soy poseedora de nada.
Mi única propiedad es este abanico. Es lo único que me queda y con él, que constituye toda mi fortuna, le quiero pagar sus muy merecidos honorarios”.
Unos minutos después, María Antonieta fue decapitada.
El abanico hoy reposa, con veneración, en un capelo de cristal colocado en el vestíbulo de la barra francesa de abogados, en París.
Por eso, un abanico es el emblema de la abogacía francesa. Se le tiene considerado como un símbolo de la lealtad, de la valentía y del desinterés que deben regir, el ejercicio de la abogacía.