Una de las compañías más fieles de William Faulkner fue el alcohol, con el que mantuvo una curiosa relación que él mismo consideraba literaria. Hasta el punto de intentar convencer a quienes le rodeaban que sin su botella de Old Crow no hubieran existido El ruido y la furia, Luz de agosto o Santuario, ni siquiera otras ensoñaciones más turbias y como ¡Absalón, Absalón o Mientras agonizo. «La civilización comienza con la destilación», dijo una vez. Su afición por la bebida rivalizaba con las de sus otros dos compañeros de tríada literaria, Ernest Hemingway y F. Scott Fitzgerald. Incluso con la de James Joyce. A diferencia de ellos, sin embargo, a Faulkner le gustaba beber mientras escribía. En 1937, su traductor francés, Maurice Edgar Coindreau, estaba tratando de descifrar una de esas frases barrocas que otra autora sureña, Flannery O’Connor, decía evitar para que su pequeño bote no se empantanase. Se la mostró al escritor, que inmediatamente rompió a reír: «No tengo absolutamente idea de lo que quería expresar», respondió Faulkner. «Verá, escribo por la noche y el whisky mantiene en mi cabeza tantas ideas que luego soy incapaz de recordarlas a la mañana siguiente».
Entre los biógrafos existe diferente grado de compresión sobre el alcoholismo de Faulkner. Joseph Blotner pasa de puntillas por el asunto, no intenta entender la adicción, se limita a dejar constancia de los estragos que produjo en él. Para Frederick R. Karl, la bebida es esencial tanto para mantener a salvo su rebeldía como en su obra. «Si quitáramos el alcohol, es muy probable que no existiera el escritor y probablemente tampoco habría una persona definida». Jay Parini sostiene que había un propósito terapéutico en el alcoholismo. Bebía, según él, para limpiar las telarañas y poner el reloj a cero.
El vino y el brandy no eran los espirituosos favoritos de Faulkner. Le gustaba el whisky. Su bebida preferida era el julepe de menta. Este combinado consistía, según su versión, en una mezcla de whisky bourbon con una cucharada de azúcar, una rama o dos de menta triturada y hielo. Le gustaba beberlo en una taza de metal helado. La palabra «julepe» apareció por primera vez en el siglo XIV para describir una bebida de jarabe utilizado en farmacia. Faulkner era el primero en creer en la eficacia medicinal del alcohol.
Sirviese el whisky para confundirlo o no en sus párrafos más oscuros, Faulkner es el único escritor con vocación de pelmazo que a veces recompensa el titánico esfuerzo que supone penetrar en su mundo. Cuando se le preguntó en aquella entrevista del «Paris Review» qué debían hacer aquellos que no entendían lo que escribía incluso después de leerlo dos y tres veces, se limitó a responder: «Que lo lean cuatro». Y siguió embotellando sus ideas en Old Crow.