Algún día, cuando mi hijo sea lo suficientemente grande para entender la lógica que motiva a las madres y padres, le diré: Te amé lo suficiente, como para preguntarte dónde ibas, con quién y a qué hora regresarías a casa. Te amé lo suficiente, cómo para insistir en que ahorrases para comprarte eso que tanto querías, aunque nosotros tus padres pudiésemos haberlo comprado. Te amé lo suficiente, como para callarme y dejarte descubrir que tu nuevo y mejor amigo era un patán. Te amé lo suficiente, como para «fastidiarte» e…
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